No dejemos que Maradona muera otra vez

DEPORTES Cherquis BIALO
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Hemos ido reemplazando ídolos cual resignados amantes que sucumben ante la belleza. Ignorábamos su levedad, los creíamos perennes y disfrutábamos de ellos agregándonos a voces y colores como si ese espacio de admiración y locura fuese el único; algo así como una sinfonía perfecta que solo se escucha una vez. Pero ellos y quienes los fueron sucediendo no entraban en nuestras casas, había que ir a las canchas para verlos. Y entonces íbamos porque allí estaban nuestros reyes los Grillo, los Walter Gómez, los Ruben Bravo, los Pontoni o los Lazzati, solo por mencionar algunos referentes de época. Y tras ellos venían sus sucesores que en los distintos tiempos siguientes –sin orden cronológico ni intención de calificar- podían ser un Bochini, o Alonso, tal vez Cárdenas, Sanfilippo, Rojitas o Brindisi. Cientos de cracks, decenas de ídolos, Imposible nombrar a todos pues con una módica cuota de tres por equipo llegaríamos a 100 ( y nos quedaríamos cortos…). Estadios llenos con dos hinchadas y cien banderas. Una temporada de más de nueve meses – de marzo a diciembre- para ganar una estrella. Solo una estrella por año…

Nos gustaba ir a la cancha. Se podía ir a las canchas siendo joven o adulto; y mejor de a dos: padres e hijos. hermanos, amigos… Y también se la disfrutaba. Además, era la única manera de opinar fehacientemente sobre fútbol en la esquina, en la fábrica, en el aula porque lo primero que te preguntaban en cualquier discusión era: ¿vos lo viste? Y si no fuere así recurrías a repetir las opiniones de los periodistas que transmitían por radio o de quienes escribían en los diarios y las revistas. Amábamos solo lo que podíamos ver personalmente. Y los ídolos eran producto de aquello que seducía a los hinchas y la vocinglería hecha coro lo reafirmaba: “La gente ya no come/ por ver a Walter Gómez…” o " Bo-bo-chini/ Bo-bo-chini…” o más acá el atronador: “Riqueeelme/ Riqueeelme”.

 
Luego, cuando nuestros jugadores comenzaron a emigrar –mediados de los 50, nos informábamos cada tanto de algunas proezas. Y se decían cosas sobre Alfredo Di Stefano que llenaban de orgullo a todos los aficionados argentinos. Alfredo era más veloz que los demás, tenía una gambeta vertical de difícil neutralización, defendía y atacaba en todos los sectores del campo, no se paraba nunca y era además un goleador implacable. Al conjuro de su prodigalidad para acabar con las posiciones fijas y de su altruismo para entender y potenciar a sus compañeros, el Real Madrid se había convertido en la institución más poderosa de Europa. Y Alfredo –un argentino- se convirtió en el creador de lo que luego habría de conocerse en el mundo entero como “fútbol total” propiciado por la Holanda de los 70, la dirigida por Rinus Michels.

Alfredo Di Stefano cuya grandeza no nos era visible, no entraba en nuestros hogares. Sorprendían sus logros registrados por la historia: había ganado los campeonatos de España (hoy La Liga) de 1954, 1955, 1957, 1958, 1961, 1962, 1963, y 1964) y una Copa del Generalísimo en 1962. Además, Goleador con 27 tantos de la AFA en 1947 jugando para Huracán –procedente de River- y Máximo Goleador de la Primera División de España en las temporadas de 1954, 1956, 1957, 1958 y 1959. Y también de la Copa de Europa en las ediciones 1957, 1958, 1959.

No es todo pues este dios, quien falleció cargado de gloria en el 2014, fue ganador del Balón de Oro los años 1957 y 1959; Balón de Plata 1956, Súper Balón de Oro 1989 (único caso), Marca Leyenda 1999; Premio FIFA 100 años al Mejor Jugador de la Historia en el 2004 ; Once Histórico de Plata del Balón de Oro 2020 (post morten), Presidente Honorario del Real Madrid desde el 2000 , Orden del Mérito de la FIFA 1994 ; Mejor jugador de la historia UEFA 2013, Premio Presidente UEFA 2008 y Bandera de España Premio Nacional de Deporte 2011. Todo esto lo consiguió un jugador argentino amado en Europa y desconocido en su país.…

Mientras Alfredo –un muchachito nacido en Barracas y atracción del Club Social y Deportivo Unión Progresista de Los Cardales- seguía recibiendo distinciones y honores Diego, Pelé y Cruyff ya se habían sumado a un top five indiscutido. Terciaban para un 5° lugar Beckenbauer y Platini. Las 3 copas del Mundo, la grandeza del Santos –generada por su magia-, su estruendosa aparición en el fútbol de USA como hecho fundacional le permitieron a Pelé disputar el liderazgo. Hasta que apareció Diego en el 86 con el mejor gol de la historia de los mundiales – el 2° contra Inglaterra- más el significante Nápoli. Un hecho tan inmenso que aún se venera en la ciudad y en la región. Hoy con el Nápoli puntero, Maradona es el inevitable paradigma invocado. Los napolitanos se niegan a hablar de un nuevo “scudetto” y andan con las manos en los bolsillos tocándose sus bolsas testiculares para aventar males de ojo. Al mismo tiempo no dejan de evocar a Diego, el jugador símbolo que les instaló orgullo y pertenencia.

¿Quién podría superar a estos monstruos? Eran dioses que como tales no requerían ser vistos para ser venerados. Por cierto que los aficionados en general sabían muy poco sobre Alfredo y mucho más de Pelé hasta el Mundial del 70′, año en el cual- gracias a la TV- se lo pudo disfrutar en su esplendor y ello agigantó su figura. Luego llegó Cruyff y fue un deleite para el público -especialmente europeo- con una actuación descollante en el Mundial del 74. Maravillosa final que Alemania la ganó por 2-1 y en la cual brillaron Cruyff y Beckenbauer. Y ya con Diego, una televisión más desarrollada que nos permitió disfrutarlo. ¿Podrían aparecer mejores jugadores que los 4 nombrados, dueños cada uno de inigualables décadas?: Di Stefano el mejor de los 50-60, Pelé insuperable en los 60-70, Cruyff –aún sin título mundial- el dueño de los 70-80 y Diego rey absoluto de los 80-90. Debajo de ellos había cuanto menos una veintena de cracks maravillosos que ya se metían en nuestros hogares para llenarnos la casa de buen futbol, emoción y talento.

Mientras tanto y con fatal frecuencia los ídolos cuyos nombres llenaban nuestras vidas aparecían con necrológica piedad a través de una módica y cruel mención: “Hoy a los tantos años murió fulano de tal…”. La gloria del pasado se había reducido a una línea escrita por alguien que por obvias razones generacionales nunca lo había jugar ni jamás supo sobre su existencia. Tras cada muerte de un grande ignorado, de uno de esos cuyos apellidos me aturdían con los cantos en las tribunas - ahora aludido con desdén- , sacudía mi alma. Entonces comprobé con pena que no existe la eternidad de los ídolos: Google es la eternidad…

También Messi se ha inmortalizado. Es tanto lo que ha hecho y lo que ha logrado, resultan tan impresionantes sus números que lo de Di Stefano que consigné intencionadamente al comienzo de esta crónica no parecería comparable. Y estoy hablando del “Primer Dios” del futbol. Sobre el cual algunos periodistas de la mayor edad que lo vimos y admiramos pudimos explicar su influencia en lo que fue la primera revolución táctica del fútbol cuando vino como D.T a dirigir a Boca (1969) y a River (1981), clubes con los cuales salió campeón. Y si, había que ser Di Stefano para sacar al Beto Alonso y poner al Nene Comisso como 4° volante en aquel partido final del torneo ( 1-0 con gol de Kempes) contra el Ferro de Griguol en Caballito. Las tribunas cantaban “Aloon so; Aloon so..,” y el Beto no estaba ni en el banco, al igual que J.J.

Después de ganar la Copa del Mundo de Qatar, Messi ha superado todo: títulos, partidos, goles, asistencias, minutos en los campos de juego, participación en mundiales, avisos publicitarios, propuestas comerciales de enorme volumen, actos solidarios –la mayoría desconocidos-, honores, condecoraciones, reconocimientos, tributos, devoción unánime e irredenta, idolatría global. Resulta junto al Santo Padre y al presidente de los Estados Unidos la celebridad más identificable del deporte en cualquier punto del Planeta.

El fútbol solo puede ser una religión monoteísta en aquellos países que han tenido un solo Dios. Brasil tuvo un solo Dios que fue Pelé. Luego disfrutó de grandes jugadores que no llegaron a ser Pelé. Y Holanda lo mismo: el Dios fue Cruyff y todos quienes le sucedieron en ese rango de élite no alcanzaron a ser Cruyff. Nosotros en cambio tuvimos 3 dioses: Di Stefano, Maradona y Messi. Somos como los hindúes, algo así como los “politeístas” del fútbol; podemos venerar a varios dioses. No nos pasa lo de Brasil (Pelé), Holanda (Cruyff), Alemania (Beckenbauer), Inglaterra (Charlton), Francia (Platini) que son “monoteístas” pues sólo tienen un Dios

Mi única intención es que no le pase a Diego lo que le pasó a Di Stefano a quien el tiempo convirtió en una curiosa búsqueda de Google. Si más de 21 millones de compatriotas – somos 46.044703 los habitantes del país según el último censo- vibraron por primera vez con la obtención de la Copa del Mundo es porque en nuestro fútbol hay riqueza de historia y sin Maradona no hubiese habido Messi.

Nada sería más penoso que ver a Diego convertido solo en noticia judicial. No permitamos que los tiempos futuros sometidos al sonambulismo del ahora se devoren la eternidad de todos los Maradonas que habitaron el mismo cuerpo. Están entre ellos el mejor jugador del Mundo, el contestatario del poder, el pibe de Fiorito, la máxima celebridad universal del deporte, el hombre con errores, el argentino orgulloso, el autor del más bello gol de los Mundiales, el vigoroso símbolo del Nápoli y la voz desafiante de quienes sufren el barro y la pobreza.

Hace dos años y medio, cual rehén en soledad y ya sin amor alguno prefirió dar el leve paso hacia la muerte. No permitamos que el tiempo lo mate otra vez...

Fuente: Infobae

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