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Leo Sbaraglia: “Nunca me sentí parecido a ninguno de mis personajes”

ESPECTÁCULO 23/03/2023 Agencia de Noticias del Interior Agencia de Noticias del Interior

“Ni Leonardo Máximo Sbaraglia, ni Leonardo Sbaraglia: a mí llamame Leo”, pide cuando se lo preguntamos. Y, tras una hora y media de fotos en el estudio de Grupo Atlántida, explica uno de los grandes actores argentinos:

–El otro día un cronista me comentaba: “Hace muy poquito me enteré de que sos ¡Leonardo Máximo Sbaraglia! ¿No lo sentís como una carga?” Y sí, inconscientemente que te hayan puesto ese cacho de nombre pudo ser una carga, porque además Sbaraglia significa, en italiano, “alcanzar”. Muchas veces, cuando llega la Fórmula Uno a Italia, escucho que tal piloto “sbaraglia la posicione…”. Qué desafiante. Pero ahora estoy en la onda de todo lo contrario. Mi camino en la vida cada vez pasa más por dejar atrás las medallas. Ése es un engañapichanga.

–Los periodistas solemos terminar las entrevistas repitiendo el nombre completo del entrevistado, para que él se defina. Empecemos al revés. Decimos justamente “Leo Sbaraglia”: ¿Qué es lo primero que se le ocurre?

–Retomo lo último que te dije. Primero, uno no se debería dar tanta importancia. No hay alguien que es más o menos importante que el otro, sea conocido o no. En realidad, todos somos importantes. A veces, y por una cuestión de ego, de inseguridad, uno podría pensar “yo me tengo que sentir mejor, o peor (porque siempre que haya un peor hay un mejor) que tal”. Y no.

–¿No?

–Entiendo que cada uno tiene que enfrentar su propio destino, y no porque el destino esté escrito. El destino se arma a partir de la infancia que le tocó vivir, los padres y hermanos que tenés, los amigos, las circunstancias de la vida. Bueno, hoy yo estoy en ese plan: desarmar, desarmar, desarmar… ¿Me fui por las ramas? (lanza una carcajada).

"Llevo veintisiete años de análisis, pero aún hay cosas en las que no me conozco”
–¿Usted se analiza?

–Sí. Me analicé entre los seis y los 12, 13 años, cuando empecé a estudiar teatro; entre los 19 y los 25, y ahora desde los 38, y tengo 52. Puedo asegurar que los procesos de cambio y aprendizajes son largos, que para cambiar y aprender, se tarda. No ocurre de un día para el otro.

–Veintisiete años de análisis. La pregunta obligada entonces sería, ¿ya se conoce?

–Ufff, me conozco bastante a mí mismo, pero al mismo tiempo admito que hay cosas en las que no. Están relacionadas con el miedo, con ese lado tan vulnerable que todavía no podés dominar. Por suerte existen las ganas, que te permiten abrir esa puerta oscura para empezar a ver un poquito que hay adentro.

–¿Qué miedos le aparecen en la vida?

–Con el tiempo me fui dando cuenta de que los personajes que me toca hacer son un termómetro de mi vida. Empecé en esto a los 15, en 1986, hace 37 años, y te vas dando cuenta. Hace una docena de años atrás, no sé si por madurez, por cambios de mi vida o qué, empecé a avivarme de algunas cosas. Entre ellas, que el miedo está cerca del deseo y que el deseo está cerca del miedo. Uno se va dando cuenta de que detrás de esa puerta que no quería abrir aparece el miedo, pero aparece porque tiene un fin: si podés enfrentarlo y pisarlo, tenés resuelta la mitad de muchas cosas.

–Contaba que se encuentra en plan de desarmar el destino que se fue creando desde la niñez. ¿Qué quedó de aquel chico de la localidad de Sáenz Peña?

–Esos momentos, te diría, fueron de los más lindos de mi vida. En estos doce últimos años que te mencioné siento que en verdad es como si hubiese recuperado a aquel pibe. Hablábamos de los miedos… Yo no puedo no preguntarme por qué me hice actor. Pero, si uno lo piensa, la escena se puede controlar. ¿Qué quiero decir?

–¿Qué?

–Que actuando uno puede descontrolarse porque hay una escena que lo contiene. Te calzás un disfraz que te permite poder jugar a ser otro y listo. Ojalá todas las personas pudieran tenerlo. Bueno, en realidad ahora tal posibilidad se va expandiendo: de que no te miren raro si sos hombre y te ponés algo rosa… El tema es que, mientras arriba del escenario pasa eso, abajo se encuentra la vida. Y el abismo de la vida no está contenido por un texto”


–¿Y qué se responde cuando se pregunta por qué se hizo actor?

–Yo comencé a estudiar teatro de muy chico y probablemente empecé a protegerme en muchos aspectos ahí. Porque encontré en el escenario un lugar que en la vida quizá me costaba encontrar, por sentirme vulnerable o por sensibilidad… En realidad, no cuento con una respuesta precisa ahí. No es que mi psicoanalista me lo resolvió (entona una voz grave con acento español): “Las respuestas son éstas…”.

–¿Acude a psicoanalista español?

–No, es como un alter ego mío (risas). Lo interesante es que, con tantas escenas que he hecho, ya estoy ejercitado en irme al otro lado, en pisar ese borde entre la escena y la vida. Es como el médico que te mira, te nota pálido y sabe qué necesitás. Vas adquiriendo mucho ejercicio entre un umbral y el otro, entre el hechizo que es la actuación y la vida. Por eso digo que, enfrentando ahora esos miedos, es como si estuviera recuperando aquella infancia, admitiendo que uno es lo que es, ni más ni menos que nadie, como recién te decía.


–Recreemos otra escena: toma un auto, sube a la General Paz, baja en el partido bonaerense de Tres de Febrero, llega a la Avenida América y entra a su hogar de pibe. ¿Qué imágenes y sensaciones le surgen en el recuerdo si le pidiéramos que se remonte a aquella infancia de barrio?

–Veo dos imágenes. La actual, una casa reformada. En parte de ella ahora vive mi hermano Pablo, un gran músico (de Indio Solari y los Fundamentalistas del aire acondicionado) y una persona extraordinaria. En la terraza armó una huerta medio tecnológica que simula la NASA. ¿La imagen de ayer?

–¿Cómo sería?

–Con mis abuelos italianos (Luigi -de Montelupo, Florencia, peleó en la Segunda Guerra Mundial- y Edevails -de Roma-) viviendo adelante y siendo parte importante de nuestros días. Mis padres eran bien jóvenes cuando nos tuvieron a Pablo, Javier y a mí. Mamá (Roxana Randón, actriz, aparte de docente: por ejemplo, fue maestra, en Villa Devoto, de Claudia Villafañe) sumaba 25 años y papá (Horacio, se recibió de médico en 1973), 27. Él luego tuvo, con Norma, que fue como una segunda madre para mí, otros dos hijos, Juan e Ignacio…


–¿Cuál era su gran salida?

–Dar la vuelta e ir al Club Ameghino. Estábamos todo el día jugando a la pelota en una cancha de papi que se inundaba y estaba repleta de yuyos que se colaban por los costados de las baldosas. Éramos una bandita. Mucho atorrante Varios terminaron presos. Además ahí, cuando yo tenía 13, mi vieja empezó a enseñar teatro con Ricardo Araoz (que en ese momento era su pareja y también fue como un padre para mí), me sumé y tomé mis primeras clases.


–Nombró a Claudia Villafañe y nos viene a la mente aquella frase de Diego, con diez años: “Mi sueño es jugar un Mundial”.¿ Cuál era el suyo, en esos tiempos?

–Ya soñaba con ser actor. A los 9, 10, 11 años, andaba medio angustiado. Había visto El Padrino y no sé qué otra película de Al Pacino, y le pregunté a mi vieja: ‘¿Vos creés que alguna vez yo podré ser Al Pacino?’ ‘Si vos querés ser como Al Pacino, vas a ser como él’, me dio una respuesta preciosa. Con el tiempo descubrí que nadie puede ser Al Pacino, porque es único, pero sí, que puede ser uno mismo en su mejor versión.

Del día que le ofrecieron “un palo verde” a la “libertad creativa” de Asfixiados
Admite que desde su debut en cine con La noche de los lápices, allá por 1986, “ni yo sé en cuántas películas, series y obras de teatro trabajé. Vaaaaarias”, estira la “a” acercando una sola certeza: si aquel filme de Héctor Olivera fue el primero que estrenó, Asfixiados, de Luciano Podcaminsky, es, hasta la fecha, el último de la extensa lista. A partir de semejante experiencia -treinta y siete años jugando a ser otro-, le consultamos cómo ha evolucionado a la hora de aceptar sumarse a un proyecto o dejarlo correr.

“Pasa que las decisiones no siempre se toman desde el mismo lugar -sostiene el caballero nacido un 30 de junio de 1970, y ejemplifica–. Quizá una de las mejores decisiones que tomé en mi vida fue a los 20 años. Yo venía de cuatro temporadas con Clave de sol y me ofrecieron un toco de plata para trabajar con Andrea Del Boca, que era la reina de las telenovelas. Como si te dijera, al día de hoy, un palo verde -sorprende, y continúa el relato…-.

“Claro, en ese momento se movía muchísimo dinero en la tele. Mandaba el rating, no había otra cosa. Era chico, alguien que demasiado pronto había tenido un éxito que, sentía, no merecía. Necesitaba formarme, volver a las clases de teatro. No me podía imaginar todo otro año de mi vida trabajando en una cosa para la cual yo creía no estara preparado… Y fue una buena decisión haber dicho que no. Vos podés pensar: 20 años, ¡qué madurez! Cuando en realidad me salió del cuerpo. Necesitaba eso y mi familia me apoyó. Lo mismo cuando me ofrecían publicidades”, memora.

–¿Por qué se subió a Asfixiados?

–Porque desde la oferta ya nos incluía en la etapa creativa. Meter mano en el guion, corregir en la marcha, se tornó una linda posibilidad que se hizo carne en medio del rodaje: trabajamos muy en equipo con Julieta (Diaz, en el rol de Lucía), con Marco (Caponi, como Ramiro), Zoe (Hochbaum, Cleo), Podcaminsky (el director), Alex Kahanoff (el escritor), en un ida y vuelta que nos permitió lograr una película llena de vida y de verdad. Para mí es maravilloso todo lo que sucede entre los actores. Parece una obra de teatro con cuatro personas hablando, sufriendo y cantando arriba de un barco. No pasa más que eso y al mismo tiempo pasa de todo.

–¿Por ejemplo?

–Se te atraviesa el conflicto de una pareja que lleva tiempo casada y no sabe cómo seguir, las mentiras, los ocultamientos, la manipulación, la locura, la asfixia… A mí lo que menos me gusta, y se lo comenté al autor, es el final. Pero estaría bueno que cada espectador saque su conclusión… En tren de ser sinceros, mencionaré también que a mí me gustaba otro título, Hacé lo que quieras: es tu vida, una frase que repetimos a lo largo del filme, pero ahí no pudimos convencer a Alex.

–Podríamos llamarlo un rodaje creativamente democrático…

–Tal cual. Resulta interesante que podamos estar hablando de esto. Y mirá cómo terminamos, que venimos pensando seguir trabajando con el mismo equipo quizá en una segunda parte… Y todo partió de una elección, como recién preguntabas. De allí que, si bien en mi caso hacer o no algún trabajo lo determino en base al momento, mi criterio principal para aceptar es que haya un buen guión y un buen director. Bueno, aparte, si esa historia me compromete ideológicamente, prefiero evitarla. No porque el personaje pueda ser un hijo de puta, sino por no estar de acuerdo con su mensaje final.


–¿Se reconoce en un método particular de actuación?

–Noooo, o sí… Yo me formé desde siempre: siete años con Agustín Alezzo, tres con Joe Morris, hice una obra con el maestro Carlos Gandolfo (Los 90 son nuestros, en 1992), estudié dos o tres años con Augusto Fernandes, como una década con Fernando Piernas, hice cursos de canto, de baile, de yoga, de foniatría, sigo estudiando canto… Cuando tengo que encarnar a personajes como Guillote (en la serie Coppola, el representante -2024-, de Ariel Winograd), el cubano José Basulto (en el filme La Red Avispa -2019-de Olivier Assayas) o un personaje mítico que no puedo nombrar, en el que vengo trabajando…


–Perdón. ¿Si le tiramos nombres para un “sí” o “no”, tampoco?

–Perdón vos, pero tengo un contrato de confidencialidad… Continúo (bromea con rostro de seriedad). Decía que en casos así veo videos y trato de ensayar encima, para que se te vaya pegando algo de ese ritmo, de ese tono, de esa frecuencia. Obvio que a ello debemos sumarle la observación y la imaginación. Vos necesitás añadirle tu experiencia para ponerte en la situación y entender qué harías ante lo que se cuente y cómo se cuente. Para el caso de Julieta (Diaz) en Asfixiados…

–Su esposa, en la ficción, aclaremos.

–Exacto, yo no transité una historia de 24 años de matrimonio con ella ni sé cómo es ella en pareja, de la misma manera que ella no transitó una historia de 24 años de matrimonio conmigo ni sabe cómo soy yo en pareja. Entonces nos juntamos a hablar, y terminás mezclando tu experiencia e historia con lo metafórico del argumento. Cuando uno interpreta un personaje construye una alternativa poética, otra cara suya. Yo no tengo nada que ver con mi Nacho de Asfixiados. ¡Nunca me he parecido a personajes míos ni he tenido nada que ver con ellos, salvo representarlos! Sin embargo, en todos estoy.

“Con Valentina Zenere en Élite hubo una química espectacular”
“Sé que mi carrera ha transitado distintas vertientes, el cine, el teatro, la televisión, las nuevas plataformas, pero no es que sea un adelantado, sino porque siempre tuve la suerte de ser convocado -avisa el bonaerense, al tiempo que pone un freno, en busca de una salvedad–. Lo que me parece una especie de avanzada fue lo que armamos hace más de diez años con el músico y compositor Fernando Tarrés: el grupo El territorio del poder, desde donde desarrollamos textos y relatos en primera persona, interactuando disruptivamente. Una cosa súper interesante”, resume puntualmente para luego generalizar:

“En uno u otro caso, más allá del ámbito, lo que siempre he defendido es el trabajo de actor. Incluso, quizá exageradamente. Es que cuando sos muy joven te ponés más papista que el Papa. Yo quería separarme, porque hacía tele y los profesores de teatro todavía sostenían que la tele era como el diablo, cuando en realidad también fue una de mis escuelas fundamentales de arte. Entonces había en mí una sobreactuación de la seriedad. Luego descubrís que hay maneras más amables de generar el espacio propio”, redondea.

–Siempre ha defendido el trabajo de actor, señala. ¿Qué le provoca saber que en la actualidad sus trabajos pueden ser vistos en cualquier lugar del mundo con sólo encender un celular?

–Responsabilidad. Pero tampoco podés pensar tanto en eso, si no te volvés loco. Como sucede con los jugadores de fútbol: mirá si Messi o los muchachos que nos trajeron la Copa del Mundo tomaran conciencia plena de lo que genera en el país el título que consiguieron. En alguna parte eso deben tenerlo anestesiado. Porque si no es que no podrían jugar, ¡no podrían ni moverse! Es de locos lo que lograron.

–¿Y respecto a las distintas plataformas?

–Lo lindo es que reflotan producciones que ya no se encuentran en ninguna parte. Vos me preguntás, ¿dónde puedo ver Caballos salvajes (1995)? En ninguna parte. Sé que se está remasterizando y va a pasarse en una plataforma. O Plata quemada (2000). Películas que quiero mucho, no hay dónde verlas y probablemente pronto sea en una plataforma. A la vez hay otros filmes divinos que he hecho producidos por Televisión Española, que no tenés dónde verlas. Ojalá las nuevas épocas del streaming lo logren.

–¿Le gusta verse?

–No, particularmente, pero…

–Se la hago más sencilla: usted viene haciendo zapping…

–Paro. Porque me acuerdo de momentos personales mientras rodaba. No podés disociar lo que filmaste con lo que estabas pasando cuando lo hiciste. Lo lindo o las dificultades personales aparecen en tu cara aunque estés haciendo un personaje. Se nota en la tensión de tu cara. No sólo yo me doy cuenta. Cuando uno logra sacar máscaras en su vida, se nota.

–¿Qué cara suya aparecerá en la séptima temporada de Élite, para la que lo convocaron?

–Filmar parte de la séptima temporada de Élite fue una experiencia preciosa. Tenía mis prejuicios. Ni había visto al programa. Cuando me convocaron, puse algunos capítulos anteriores, de la sexta y quinta temporadas, y quedé con la boca abierta: ‘La puta madre, ¡qué bien están estos pibes!’. Me caí de culo. Obviamente la serie apunta a los jóvenes. Es una especie de ‘Clave de sol’ internacional para los tiempos que corren. Y hecho con toda la furia.

–¿Qué escenas le tocaron?

–Escenas preciosas, con un personaje power, el de papá de Valentina Zenere (Isadora), ni más ni menos. Se venía hablando de él en la ficción, nadie conocía quién era. Igual, sé que ella en algún momento había sugerido: “Si apareciera mi papá, me encantaría que fuera Leo Sbaraglia”. Seguro que su opinión habrá tenido en algo que ver para que me llamen. Nos entendimos bárbaro, hubo una química espectacular. Lo mismo con Luz Cipriota, su madre en la serie, aunque no compartimos tantas escenas.

–Sabemos que usted es un eterno galán. No obstante, de la misma manera que lo llamaron como papá de Valentina Zenere para Élite, lo habían llamado para interpretar al papá de Lali Espósito en Acusada (2018)…

–¡Pero Lali luego me convocó para que haga de su amante, de su pareja, en el video del tema N5 (2022)! En serio, gajes del oficio. Pronto me llamarán para que personifique a un abuelo (se toma la cabeza).

–A propósito, el otro día Tom Hanks explicaba: “Tengo 66 años y sé que a partir de ahora me tocarán roles de 66 años para arriba”. ¿Usted sabe asimilar el paso del tiempo?

– Te voy a confesar algo, y me viene pasando con los últimos dos roles: con el Álvaro de El gerente (2022, de Ariel Winograd), que quizá tenga mi edad o un lustro más, me entregué a esa vejez. Y con el Nacho de Asfixiados, que tampoco parece anclado en la juventud, me pasó lo mismo. Siento que ambos personajes se dieron cuenta antes de que yo estaba más grande, y me lo fueron contando y avisando, para que lo asimilara en ambos rodajes. Cuando los vi en la pantalla pensé: “¡Opa! Vos seguí haciéndote el pendejo, pero lo que ahora das en cámara es otra cosa”. Me preguntaste si lo puedo asimilar, seguro. Hasta me parece interesante, porque me empiezan a dar personajes cada vez mejores...

–Set o escenario al margen, Poco se sabe de tu vida personal. Que tiene una hija, Julia, de 16 años. Que estuvo casado desde 2001 con la artista plástica Guadalupe Marín…

–Que hace siete años nos separamos. Ahora estoy solo. Solo, pero con el privilegio de tener un montón de situaciones amorosas hermosas (sonríe).

–¿Le pesa la soledad?

–No. Cada vez me llevo mejor conmigo. Es sobre lo que hablábamos antes: vengo aprendiendo más y más a convivir con mi universo personal. Ojo que tengo ganas de volver a enamorarme. Es hermoso el amor, compartir esa serenidad, esa paz, ese cariño que representa, y al mismo tiempo la pasión que lo suele acompañar… Estoy ahí, seguramente todavía tejiendo algunas cosas para que… Cuando llegue el momento, será.

FUENTE: GENTE.COM.AR

 

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