


La sombra del poder: una deuda pendiente con la vicepresidencia
OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
- La vicepresidencia es una figura ambigua: tiene poder y visibilidad, pero carece de un rol claro y estable.
- Históricamente, ha generado conflictos: enfrentamientos y traiciones entre presidentes y vices son frecuentes en Argentina.
- El sistema favorece la deslealtad: el diseño institucional promueve alianzas coyunturales que luego se rompen en el gobierno.
- Se propone revisar el mecanismo de elección: elegir al vice en segunda vuelta o luego del triunfo presidencial podría mejorar la gobernabilidad.
- Es urgente un rediseño institucional: para que el vicepresidente deje de ser un riesgo y pase a ser un aliado clave en la estabilidad del gobierno.
En Argentina, como en buena parte de América Latina, la figura del vicepresidente es una especie de paradoja institucional. Tiene visibilidad, tiene poder —incluso el de reemplazar al presidente— pero rara vez tiene protagonismo claro o una función orgánica y bien definida. Es un actor que, como bien dice Mario Serrafero, vive a la sombra del poder. Y en esa sombra crece la deslealtad.
La historia de los vices en nuestro país está plagada de enfrentamientos, traiciones y renuncias. Son contadas las fórmulas presidenciales que lograron convivir en armonía más allá del tramo electoral. Porque el sistema está diseñado para la conveniencia coyuntural, no para la cooperación sostenida. Y si el diseño institucional estimula la traición, tarde o temprano aparece. Basta recordar los nombres propios de los últimos 40 años para comprobarlo.
Serrafero distingue dos etapas: el armado electoral —cuando el vice se elige para sumar votos, equilibrar fuerzas internas o representar sectores ausentes— y la etapa de gobierno, cuando las lealtades se ponen a prueba. Y es ahí donde el sistema cruje. Porque una vez obtenida la victoria, las diferencias de proyecto, de liderazgo o de ambición, que habían sido disimuladas, afloran con fuerza. En muchos casos, el vice se convierte en un opositor interno con poder institucional.
El texto que motiva esta reflexión es oportuno, no solo por repasar con claridad los problemas estructurales de esta figura, sino porque plantea una discusión urgente: ¿hay que repensar el modo en que elegimos a los vicepresidentes?
La propuesta de elegirlos en segunda vuelta o incluso después de que el presidente haya sido electo no es descabellada. Podría permitir una selección más funcional a la gobernabilidad, a las necesidades reales de articulación política y menos atada a compromisos de campaña. Claro que no se trata de una solución mágica: un vice designado luego también puede chocar con el presidente. Pero al menos desplazaríamos el eje de lo electoral hacia lo gubernativo, de la promesa al resultado.
Hoy, en un país con enormes desafíos institucionales, donde el Ejecutivo necesita tender puentes con un Congreso fragmentado, la vicepresidencia no puede seguir siendo un rol ornamental o un arma de doble filo. Necesitamos un rediseño institucional que la saque de la sombra y la convierta en un verdadero instrumento de gobernabilidad.
No se trata solo de evitar conflictos personales o escándalos mediáticos. Se trata de que el presidencialismo argentino, ya de por sí cargado de tensiones, no tenga como uno de sus flancos más débiles al compañero de fórmula. El debate no solo está abierto, como se dice en el texto: es impostergable.






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