El juego de Amalia Granata

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La última intervención de Amalia Granata en la Legislatura prendió una luz en el tablero político de más de un comando partidario y dio rienda suelta a las especulaciones. La diputada cruzó, de manera sanguínea, al fiscal de Estado Domingo Rondina, un funcionario puesto por el gobernador Maximiliano Pullaro al llegar a la Casa Gris.

La mediática le pegó a Rondina por la decisión de la Fiscalía de Estado de no apelar un fallo de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe que obliga al gobierno provincial a indemnizar a un grupo de damnificados por las inundaciones en la ciudad capital en 2003. Granata dijo que detrás de esa decisión había un “tongo demasiado alevoso”: Rondina, cuando ejercía la profesión en el ámbito privado, fue abogado de las víctimas y, según la diputada, la causa siguió a cargo de otros socios de su estudio jurídico. Por eso, la diputada lo chicaneó con una exigencia: que renuncie a sus honorarios.

La movida fue leída, en realidad, como un ataque al propio Pullaro, y alimentó un torbellino de hipótesis sobre sus razones, sus objetivos y sus planes a futuro. Llamó la atención, además, porque su voz se yergue como una de las pocas disonantes del relato que construye la Casa Gris con obsesivo cuidado, mediante el cual el gobernador se adueñó del pulso de la política provincial.


Sed de venganza contra Maximiliano Pullaro
En las PASO de 2023, Granata fue la primera que asomó la cabeza y defendió a Pullaro de los ataques de Carolina Losada, su adversaria en la pelea por la candidatura a la Gobernación. Su experiencia de años en peleas en sets de televisión le sirvieron para saber que la mejor defensa era un buen ataque: dedicó su tiempo a esmerilar la imagen de outsider y anticasta que buscaba cultivar la senadora, con pedidos de renuncia por "mentir" en sus acusaciones y críticas por sus traslados en aviones privados durante la campaña.
Algo pasó en el vínculo entre el gobernador y la diputada. De esa época en la que Pullaro era “Maxi” para ella, “un compañero de Legislatura”, a esta etapa en la que Granata es casi la única opositora que levanta la voz. Las versiones son coincidentes en el punto de quiebre: la disputa por la vicepresidencia segunda de la cámara baja.
La mediática consideraba que ese lugar le correspondía a su espacio -imaginaba a Beatriz Brouwer allí- en virtud del tercer lugar que habían obtenido en las elecciones y esperaba que Pullaro la apoyase. No sucedió: ese cargo fue para el peronismo. Dicho sea de paso: la vicepresidencia segunda es un puesto institucional casi simbólico, sin peso práctico en el día a día de la Cámara, salvo ante ausencia simultánea de la presidenta y la vicepresidenta primera.

La cristalización de su sed de venganza, sin embargo, tardó meses en aparecer. El episodio Rondina -al que le atribuyen, además, viejos tuits contra Granata cuya factura estaría pagando- no fue la única oportunidad en la que salió a la luz. Su bloque, decidido a retacear el apoyo al gobernador, había optado por la estrategia de abstenerse y no votar en contra de la batería de proyectos que envió al inicio de la gestión. Esa estrategia se terminó cuando el gobierno envió una iniciativa para declarar la emergencia en Aguas Santafesinas: su espacio aportó siete votos en contra. Fue un segundo aviso.

La apuesta de Amalia Granata
Un operador que tiene vínculo con Granata teoriza y divide la carrera política de la mediática en tres etapas: en la primera, aprendió a ser candidata; en la segunda, durante su primer mandato como diputada, aprendió el oficio político. “El desafío de esta tercera etapa es que se convierta en líder”. Ese aprendizaje es encarado por la exmodelo de un modo poco convencional: no parece interesarle armar un espacio propio, lograr capilaridad territorial o destacarse por presentar iniciativas.

La apuesta, explican quienes la conocen, es a su figura y su nivel de conocimiento. “No hace política tradicional, no le ha dado resultado, es preferible que se siente en televisión y diga lo que sabe”, explica una figura cercana. A su lado hacen un racconto de los acercamientos que tuvo con el establishment político y cómo de ninguno obtuvo un buen resultado: Pullaro, Federico Angelini, hasta Javier Milei, de quien se decía amiga y autora del flan que era una debilidad para el libertario y su inseparable hermana. Hoy, cada vez que puede, lo critica.

Ese escarceo constante con el Presidente le vale estar en la mira de los temibles trolls de la Casa Rosada y genera tensiones puertas adentro de su bloque, donde otros diputados juegan a fondo con la agenda del gobierno nacional. “Es un ballet ruso del equilibrio que hacen”, cuenta alguien que conoce la dinámica interna. La vienen llevando bien: intentan llevar una agenda en común y que todos firmen los proyectos que se presentan.

Con algo de buena voluntad, entonces, el heterogéneo bloque “Somos Vida” logra disimular la evidente falta de affectio societatis que los lleva a no ser considerados un espacio político único fuera de la Legislatura. La posibilidad de que la reforma constitucional -que avanza a paso inexorable- incluya la reelección del gobernador podría funcionar como un nuevo factor aglutinante, ya que todo el bloque está en contra. ¿Será el tercer round contra Pullaro?

Más allá de los esfuerzos por la unidad, el desinterés de Granata por ciertas tareas es tal que, siendo presidenta de su bloque, no va a las reuniones de labor parlamentaria. Delega ese rol en Emiliano Peralta, compañero de banca de la mediática, conocido por haber sido asesor del diputado libertario Nicolás Mayoraz y terminar el vínculo con una acusación por haberle pedido retornos de sus haberes. Tras ese escándalo, Peralta se transformó en la mano derecha de Granata, enemiga declarada de Mayoraz.

A pesar del buen concepto suyo que tienen sus colegas -”hace lo que Amalia no quiere hacer y tiene un amplio conocimiento del derecho”-, la labor de Peralta no alcanza la conformidad de todo el bloque. “Es demasiado dócil con el gobierno y queremos hacer valer nuestros votos”. Por eso, se decidió que sea acompañado (a Labor Parlamentaria) por uno de sus compañeros de banca, Omar Paredes. Fue otro de los gestos de buena voluntad para asegurar la paz interna.

Desde que renovó su mandato, una sola iniciativa de Granata tuvo alguna repercusión en la agenda periodística. Fue cuando presentó el proyecto para crear un nuevo departamento en la provincia, el departamento “De los Arroyos”. Implicaba agrupar en un solo distrito a todos los municipios del Gran Rosario, una idea que tuvo hace más de tres décadas el exvicegobernador Gualberto Venesia y cuyo revival se le atribuye a Daniel Machado, asesor de la mediática y expresidente del Concejo de Villa Gobernador Gálvez, ciudad que sería designada cabecera del hipotético nuevo departamento.

El futuro ¿en Santa Fe?
La estrategia adoptada por Granata desorienta a la política tradicional y, como consecuencia, surge una maraña de versiones con mayor o menor grado de veracidad. En todas hay un factor común: cierta cercanía con el peronismo no kirchnerista que, lógicamente, incomoda a algunos de sus compañeros de bloque. Cuando sube la fiebre del optimismo, en su entorno hacen cuentas y creen que una alianza con ese sector se traduciría en unos setecientos mil votos. La política no es aritmética, es verdad, pero sirve para insuflar entusiasmo.

Así las cosas, mencionan que uno que se acercó interesado en un entendimiento es Armando Traferri, todopoderoso cacique del peronismo en el Senado. También, vía Beatriz Brouwer y José Bonacci, no se descarta un acuerdo con el colectivo de intendentes y presidentes comunales del Partido Justicialista. Incluso, hasta revelan que la midieron en la provincia de Buenos Aires y los números no desentonaron.

Hay una variable que limita y direcciona el futuro de Granata: casi todo el establishment político con el que tuvo algún tipo de acercamiento hoy forma parte de Unidos para Cambiar Santa Fe. Con algunos se lleva bien, como con el intendente de Rosario Pablo Javkin, pero la cercanía con Pullaro por ahora es infranqueable como obstáculo. “Las reglas del juego las fija la billetera del gobernador, nos hemos formoseñizado como provincia”, dicen en su bloque, con tono de lamento pero sin abandonar la chicana referenciada en el distrito que conduce Gildo Insfrán.

“Yo tengo un candidato, ¿vos qué tenés?”, inquiría Roberto Mirabella cuando se sentaba a negociar la unidad peronista detrás de Omar Perotti. Algo de eso hay en la tesitura adoptada por la mediática. “No se puede ser fuerte en toda la línea y en todo momento, hay que optar”, explica y justifica un operador que la conoce. Granata optó y juega en consecuencia: su fuerte es ser candidata.

CON INFORMACION DE LETRA P.

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