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De cara al precipicio

OPINIÓN 24/12/2022 Mónica Gutiérrez*
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Fin del hechizo. Más temprano que tarde el Gobierno nos regresa a la cruda realidad.

Cuando aún impregnaba el aire un dulce clima de reencuentro y fiesta compartida volvió la lógica del conflicto. Esta vez en su versión más grave, compleja y riesgosa.

La decisión de desconocer un fallo de la Corte Suprema de la Nación, que ordena restituir fondos de coparticipación a la ciudad de Buenos Aires, y la recusación contra los miembros del máximo tribunal constituyen un hecho sin precedentes que deja al país al borde de la ruptura institucional y al Presidente pasible de un juicio político.

Alberto Fernández se autoinmola cediendo a las urgencias del kirchnerismo apremiado por la condena a CFK en guerra declarada y abierta contra el Poder Judicial en general y la Suprema Corte de Justicia en particular.

Siempre en línea con el libreto Cristinista que enmarca su condena, ya no en la mera hipótesis del lawfare o el Partido Judicial, sino en la existencia de un “poder paraestatal” y mafioso; ahora, el Presidente de la Nación aprieta el acelerador en orden para llevarse todo el sistema puesto.

Las distintas facciones que integran el Frente de Todos se alinean detrás en sus más apremiantes obsesiones: impunidad para CFK y recursos para seguir en el poder. El año electoral los desquicia. Así estamos.

Alberto Fernández en orden a cerrar filas con el mandato kirchnerista avanza sin reparo alguno. Los empresarios le piden que cumpla el fallo advirtiendo acerca del demoledor impacto que tiene la afectación de la “estabilidad institucional” sobre las inversiones. Los mercados acusaron recibo desde la primera hora del viernes. El dólar trepó a $340. No parece importarle.

Eduardo “Wado” de Pedro también se dispara en los pies. El candidato joven, de buenos modales que deslumbró al círculo rojo con palabras bonitas también decide tremendo atropello a las instituciones de la República y pone en riesgo la democracia. Quién les estará pidiendo tanto.

Cero registro del sentimiento colectivo. Ninguna consideración ni piedad por la emergencia social, alimentaria y emocional que padece la inmensa mayoría de los argentinos.

Si hubo un mensaje a la dirigencia en las conmovedoras movilizaciones mundialistas, nadie parece haber tomado nota. Es por esta razón que vale preguntarse una y otra vez qué cosas expresamos los argentinos en estos dulces días de encuentro y gloria.

¿Qué hubo detrás o debajo de este estallido multitudinario de gozosa energía que salimos a compartir? ¿Que detrás de tanta algarabía, de tanto desenfado masivo y exultante que corrió por calles y avenidas, que colapsó autopistas y se derramó en plazas, parques y merenderos?

¿Qué fuerza misteriosa nos eyectó de la pesadilla diaria de ser argentinos? ¿Qué razón profunda y misteriosa nos hizo olvidar por un rato de la sufriente condición de habitar en un país partido? ¿De qué material estaba hecho ese sentimiento tan fugaz, tan volátil, tan difícil de apresar? Esa energía incandescente que nos liberó hecha lágrimas, abrazos y canciones.

No hubo protesta, despedida, reclamo ni causa convocante en nuestra historia que pudiera tanto. No hubo celebración ni pena masiva que arrastrara tan eufórica muchedumbre hacia la intemperie ¿Fue solo el fútbol? ¿Fue solo la magia de esa danza bella, competitiva y tribal? ¿Fue solo el embrujo de ese dibujo vertiginoso e hipnótico que amenaza convertirse en gol?

Puede que no haya una sola respuesta para ese enigma en el que hoy escarban intelectuales, analistas y librepensadores de toda condición. Puede que haya muchas explicaciones atendibles y ninguna cien por ciento absoluta. Puede, incluso, que cada uno de nosotros tenga sus propias e íntimas razones.

¿A qué puede atribuirse tanta hermosa desmesura?

La hipótesis de la “catarsis” suena como la más verosímil. La necesidad vital de encontrar un argumento que nos saque de la oscuridad en la que nos sumergen las tensiones acumuladas, una explosión purificadora, capaz de destrabar la puerta de emergencia para salir de este infierno.

La catarsis emocional permite a quien la experimenta descargar la energía que generan nuestras pulsiones reprimidas, nuestras vivencias negativas. Es un proceso liberador, ligado a la necesidad de aliviar conflictos inconsciente. Supone una transformación interior suscitada por una experiencia vital profunda.

Mientras la juntada del domingo, que hizo eje en el Obelisco y que convocó de manera festiva y espontánea tuvo el color de un encuentro revoltoso y festivo lo del martes se pareció más a una ceremonia catártica. Un rito purificador extremo. Un exorcismo a cielo abierto, un conjuro frente al mal impreciso que nos afecta como sociedad. Un abracadabra masivo y desbordante.

La hipótesis de lo identitario también es buena. La recuperación de una idea del “todos juntos” que condense sueños, desafíos y valores en los que cuales reconocernos sobrevoló estos días de gloriosa comunidad.

Los días mundialistas, afiebrados por el sufrimiento y por el goce, fueron un dulce bálsamo sobre la rajadura que nos afecta.

El tsunami de atajadas, goles y penales hizo olvidar la grieta, el tajo, la herida que supura, pero no logró dominar la toxicidad que afecta a nuestra dirigencia política. Lejos de aplacarla, de contenerla, la expuso en su desenfadada obscenidad.

El forcejeo por la selfie con la copa y el equipo, convirtió el trayecto del Messi-móvil en un itinerario errático y descontrolado, hasta dejarlo atrapado en medio de la multitud.

La interna feroz que padece el oficialismo quedó a la intemperie como nunca antes.

Las provincias peronistas desconociendo el Feriado Nacional decretado por Alberto Fernández fue solo un detalle. Los máximos responsables del operativo terminaron en una disputa de ribetes escandalosos.

Claudio “Chiqui“ Tapia no solo tackleó a los mascarones de proa de La Cámpora , autoconvocados en la madrugada de Ezeiza, sino que tuvo en remojo durante horas al oficialismo Albertista expectante de para que el plantel recalara finalmente en La Rosada.

La inefable vocera de Alberto Fernández en un intento de presentarse como garante de que el encuentro con el Presidente quedaría en la esfera íntima, mandó a cerrar la Sala de Periodistas, un hecho también inédito en la historia de la democracia argentina. “Los periodistas hoy no son protagonistas”, argumentó la funcionaria, en el éxtasis del delirio discursivo.

El presidente de “las tres Copas” se quedó sin la foto.

Si la corrupción mata, la interna feroz expuso esta vez a los chicos de la Selección a riesgos solo propios de un país fuera de control.

Nuestro Super Berni no pudo ni siquiera prever el riesgo de los cables de transporte eléctrico a baja altura, ni la inseguridad que supone pasar en un micro descapotado bajo puentes atestados de gente. Tampoco fue capaz de generar un corredor seguro de Ezeiza a la General Paz. La tarde tuvo su momento epifánico cuando “Chiqui” Tapia exaltado, jarra loca en mano, terminó a los gritos con Aníbal Fernández. La Selección no se merecía esto.

Hay que reconocer que la fuga aérea fue un recurso ingenioso y, a su modo, espectacular, pero hubiera resultado sublime, sino fuese que se trató de un “operativo rescate” decidido a la desesperada cuando ya se habían quemado todos los papeles y perdido las esperanzas de que el “dulce montón” recalara en la Rosada. Un sueño Albertista que quedó frustrado.

La dirigencia enroscada en sus asuntos más mezquinos no solo no logró articular un punto de encuentro cierto y seguro para la celebración sino que expuso a los jugadores a riesgos personales del que solo zafaron por la milagrosa “mano de Dios”.

La falta de un plan, la ausencia de un operativo, la desorganización, la disputa arrebatada al interior del oficialismo dejaron a la intemperie la indefensión y el abandono en el que nos encontramos. Por horas se temió lo peor.

Solo el tono festivo, la impronta agradecida con la que la mayoría ganó la calle evitó que el descontrol terminara en tragedia.

Esa distancia insondable entre las emociones de la gente y la clase política se manifestaron en el menos indicado de los escenarios, el de la mayor fiesta popular de la que se tenga memoria.

La crisis institucional en la que nos sumerge ahora la temeraria decisión de Alberto Fernández de desconocer el fallo de la Corte reconfirma la indefensión en la que nos encontramos. Nuestro destino en manos de una dirigencia disociada de la realidad, empeñada en resolver sus propios asuntos, aún a costa de destrozarlo todo.

 

 

* Para www.infobae.com

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