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Murió Raquel Rutman, la mujer que le ganó a Hitler

SOCIEDAD 08/01/2023 Agencia de Noticias del Interior
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A través de Twitter, Eliahu Hamra, Presidente del Vaad HaKehilot (Federación de Comunidades Judías Argentinas), y secretario General del Superior Rabinato de la República Argentina, confirmó la triste noticia de la muerte de Raquel Rutman, una sobreviviente de los horrores del Nazismo. Luego de ser separada de su familia cuando tenía 12 años, fue prisionera en el campo de concentración de Auschwitz, y anteriormente estuvo cuatro años peleando cada día por su vida en el gueto de Lodz. Cuando fue liberada se reencontró con su hermano, y meses más tarde viajaron a la Argentina, a donde su padre había emigrado antes de la Segunda Guerra Mundial.

“Con gran dolor recibimos la triste noticia del fallecimiento de Raquel Rutman, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, y un ejemplo de fortaleza y superación ante los horrores perpetrados en la Shoá. Enviamos nuestras condolencias a sus familiares y seres queridos”, expresó apenado Eliahu Hamra por la pérdida de una representante de la resiliencia en los momentos más oscuros y la lucha por vivir aún en las peores circunstancias, cuando la muerte estuvo frente a sus ojos de forma literal: ahorcamientos, fusilamientos, hambre extrema, trabajos inhumanos y pilas de cadáveres.

Raquel había brindado una entrevista en enero de 2019 a La Voz, donde mantuvo una conmovedora charla con el escritor Roberto Lapid. Allí contó que jamás olvidaría el número que la identificaba como prisionera: 58.032. Nació en 1928 en Lodz, Polonia, y era pequeña cuando fue testigo del momento en que las tropas nazis tomaban la ciudad. “Vivía con mi madre y mi hermano Leo, y vi también a varios de mis vecinos agitar las banderas con la cruz esvástica festejando la llegada de los alemanes”, recordó en aquel reportaje.

La admiración la invadía por el espíritu de supervivencia con el que rápidamente reaccionó su mamá para cuidarlos. “Primero se llevaban a los niños y los ancianos. Mi madre lastimaba sus dedos para pintar mi cara a modo de maquillaje, luego me subía a una tarima atrás de mis tías para que pareciera mayor, y así evitar que me llevaran”, detalló. Debido al shock que sintió cuando se abrieron las compuertas de los vagones, a sus 90 años aún resguardaba vívidamente en su memoria la secuencia de los hechos.

“Salimos rápido; nos faltaba el aire y viajábamos apretujados. Nos separaron por sexo y edades, y ya no vi a mi madre y a sus hermanas nunca más. Mi hermano Leo fue a parar a otra fila”, explicaba. Uno de los primeros rostros que vio fue el del infame doctor Josef Mengele, y aseguró que más de una vez pasó por la selección de quienes iban a las cámaras de gas, a trabajar como esclavos o a ser participantes de experimentos contra su voluntad. “Al llegar a las barracas, personas como fantasmas andantes nos dijeron que las duchas eran falsas, que de ellas salía gas y que las chimeneas eran de los hornos que se utilizaban para quemar los cadáveres”, relató.

Durante la entrevista con el mismo medio también confesó que nunca más pudo comer un pan que se pareciera al que le daban allí, siendo media rodaja y un líquido oscuro lo único que comía en el día. Tal como ella misma contó, sus fuerzas se fueron agotando cada vez más, y cuando escuchó que oficiales nazis pedían trabajadores para una fábrica en Alemania, se presentó, aunque sin entender bien a dónde iba ni poder discernir qué era real y qué no. “No me quedaba mucho tiempo de vida en Auschwitz y decidí correr el riesgo; me llevaron con un grupo a Gubel, una fábrica de partes para aviones, donde el trabajo era atroz y el trato inhumano”, rememoró.

Cada vez que advertían algún bombardeo de los aliados, refugiaban a los empleados alemanes en un subsuelo preparado para resistir, mientras que a ella y al resto de los trabajadores esclavos los obligaban a permanecer allí, realizando sus tareas. “‘Si cae una bomba aquí, ustedes serán los muertos’, nos decían”, explicaba. Cuando las tropas soviéticas avanzaron, los obligaron a ir a pie hasta Bergen Belsen, y Raquel vio a todos los que no lograron sobrevivir a aquella Marcha de la Muerte.

“Finalmente fuimos liberados por los británicos y la Haganá -la organización paramilitar más importante entre los judíos asentados en Palestina- nos trasladó a jóvenes y niños a una casa que funcionó como hospital y orfanato en Alemania para poder recuperarnos”, sostuvo sobre el día en que recuperó su libertad, y además, en ese mismo lugar se reencontró con su hermano, y algunos meses más tarde los rescató su padre, que residía en Argentina para ese entonces.

“Valió la pena haber sobrevivido para ver en los diarios las fotografías de Adolf Eichmann preso, esposado y siendo luego juzgado en Jerusalén; para ver a Josef Schwamberger arrestado en Huerta Grande y juzgado en Alemania”, aseguró Raquel. “Yo nunca los busqué, y me dediqué a vivir mi vida y a disfrutarla en lo posible, porque era lo mejor, era lo que aprendí, era lo que le debía a mi familia asesinada”, sostuvo. Además, consideraba que nadie la había podido quitar lo más valioso: su existencia, y luego de sobrevivir a la atrocidad pudo ver crecer a sus dos hijos y a sus nietos. “Los nazis perdieron la batalla conmigo: he sido feliz”, concluía en su excepcional testimonio.

El legado de Raquel Rutman

En diálogo con Infobae, su hijo Eduardo también aporta su testimonio para honrar a su madre, a quien define como una “mujer con una tenacidad y una fuerza arrolladora”. “Mi abuelo tenía una hermana acá, en San Fernando, de buena posición, y se había venido en barco para tratar de juntar dinero para toda la familia y salvarlos del Holocausto, algo que no pudo lograr”, relata. Y agrega: “Cuando supo que mi mamá y su hermano habían sobrevivido, mandó una carta para reclamarlos, y estuvieron esperando un buen tiempo en Francia, para tomar un barco que iba a Buenos Aires”.

El reencuentro se hizo esperar, porque no pudieron llegar a destino de manera directa. “Por ser judíos los bajaron en Montevideo, porque en esos tiempos Juan Domingo Perón prohibía el ingreso a la Argentina; entonces le tuvieron que hacer una cédula trucha en Canelones, que la guardó todos estos años mi mamá; y después una tía la fue a buscar a Uruguay”, explica Eduardo. Una vez reunida con su padre, empezó a trabajar en una textil, y la mayor dificultad fue adaptarse al idioma español, ya que solo hablaba polaco.

“Ella me dijo que cuando llegó vio tanta comida, tanto campo, que para ella Argentina era un país rico, después de venir del hambre de la guerra...”, reflexiona Eduardo sobre las charlas que tuvo con su mamá sobre la primera impresión que tuvo al arribar a lo que se convirtió en su segunda patria. “Más adelante, ya en Buenos Aires, conoció a mi papá, que por esas cosas increíbles de la vida, también nació en Lodz, la misma ciudad de donde era mi mamá”, revela conmovido.

“Se conocieron en la calle Triunvirato en Villa Urquiza; se casaron en 1950 y en 1955 me tuvieron a mí”, narra sobre el comienzo del matrimonio. “Mientras tanto, mi abuelo, que había quedado viudo porque ya se sabía que su esposa había muerto en los campos de concentración, se juntó con una mujer en Córdoba que tenía seis hijos, los cuales hasta hoy los que viven son como hermanos de mi mamá”, cuenta sobre cómo siguió la historia de la familia después de sobreponerse al horror.

“En 1957 mi abuelo murió, cuando yo tenía dos años, y ahí le ofrecieron a mi madre hacerse cargo de un negocio que tenían en el centro de Córdoba. Ella con su tenacidad, de uno hizo cuatro negocios y evolucionó; y también allá nació mi hermana”, manifiesta. Tiempo atrás confiesa que tuvo la posibilidad de visitar la ciudad natal de sus padres en Polonia en un viaje familiar, y disfrutaron conocer sus raíces. “Pudo llevarnos a sus hijos donde ella nació, pudimos conocer su pueblo y ella identificó todo, dónde vivía, recordaba cada lugar”, celebra.

El momento más difícil fue cuando conoció en persona el campo de concentración de Auschwitz. “Fui con mi hermana y un primo; a ella no la quisimos llevar ahí, pero hace poco me había contado que cada vez que se enfermaba la llevaban a una enfermería que estaba justo en la entrada de Auschwitz, en un cuartito chiquito donde varias veces vio al doctor de la muerte -Josef Mengele-; y me tuve que ir porque imaginármela ahí era imposible, y ni qué decir de dónde dormían”, describe con tristeza.

“Cuando se estrenó la película La Lista de Schindler, mi mamá la fue a ver, y le pregunté qué le había parecido, porque para mí había sido muy fuerte”, recuerda, y confiesa que la respuesta lo asombró: “Me dijo: ‘Blancanieves y los siete enanitos’, como queriéndome decir que era un cuento de hadas al lado de lo que realmente pasó; y la verdad es que solo el que lo vivió sabe cómo fue, y ella era una voz más que autorizada”, enfatiza. Raquel había cumplido 94 años en noviembre, y su hijo asegura que sostuvo las misma postura que expresó en 2019 con respecto al nazismo. “Ella siempre decía que le ganó la batalla a Hitler. Fue abuela de cinco nietos y cinco bisnietos”, concluye.

Con información de Infobae, sobre una nota Cindy Damestoy

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