La soberbia en el poder: el principio de todos los fracasos

OPINIÓN Juan Palos
hoy

Juan de los PalotesPor Juan Palos

La soberbia es una enfermedad silenciosa que suele atacar a quienes confunden un cargo con un pedestal. No aparece el primer día de gestión: se va incubando con el paso del tiempo, con el aplauso interesado, con el silencio cómplice y con la falta de límites. Cuando el poder se ejerce sin humildad, deja de ser una herramienta de servicio y se transforma en un arma peligrosa.

El funcionario soberbio cree que siempre tiene razón. Escucha poco y decide mucho. Se rodea de obsecuentes, no de personas capaces. Tolera mal la crítica y persigue al que piensa distinto. Empieza a creer que la ciudad, la provincia o el Estado le pertenecen, y que la voluntad popular es un detalle menor frente a su ego. Ese es el punto exacto donde el poder se divorcia de la gente.

La soberbia en el poder es peligrosa porque rompe el vínculo esencial de la democracia: el gobernante como servidor público. Cuando un intendente, un gobernador o un presidente se cree más importante que los ciudadanos, deja de representar y empieza a imponerse. Gobierna para sí mismo, para su círculo, para su permanencia, no para resolver los problemas reales.

Nada deteriora más una gestión que la incapacidad de reconocer errores. El soberbio no se equivoca: “los demás no entienden”. No falla: “la culpa es de otro”. Así se acumulan decisiones mal tomadas, políticas desconectadas de la realidad y un creciente malestar social que tarde o temprano estalla.

El poder es transitorio. Siempre. Ningún cargo es eterno, ningún dirigente es imprescindible. La historia política argentina está llena de ejemplos de líderes que confundieron autoridad con omnipotencia y terminaron mal. No por una conspiración, sino por algo más simple: dejaron de escuchar a la gente.

La humildad no es debilidad. Es inteligencia política. Es entender que gobernar es administrar intereses ajenos, no satisfacer ambiciones personales. El día que un funcionario cree que está por encima del ciudadano, ese día empieza su decadencia. Porque el poder pasa, pero las consecuencias de la soberbia quedan. Y casi siempre las paga la gente.

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