



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
El oficialismo libertario volvió a encontrar combustible político. La aprobación del primer presupuesto propio, tras dos años de gobierno, funcionó como una escena fundacional tardía: una foto de orden, disciplina y mayoría posible. Fue, al mismo tiempo, un mensaje hacia adentro y hacia afuera. Adentro, para recomponer ánimos después de meses de desgaste. Afuera, para reactivar una narrativa que ya no se disimula: la reelección dejó de ser un susurro aspiracional y pasó a convertirse en el eje ordenador del poder.
Ese horizonte, sin embargo, convive con una certeza menos épica y bastante más incómoda: antes de 2027 está 2026. Y no hay relato que permita saltearlo. En la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda, detrás de la euforia medida y los discursos de victoria, los más pragmáticos saben que se viene un año espeso, con desafíos económicos, financieros y sociales que pondrán a prueba la resistencia política del experimento libertario. Lo electoral dependerá, casi por completo, de cómo se transite ese campo minado.
La reelección opera hoy como un disciplinador silencioso. Más que un objetivo lejano, funciona como un límite. Ordena decisiones, relativiza dogmas y obliga a tragarse sapos que hace apenas meses parecían indigeribles. La aprobación del Presupuesto sin cambios sustantivos, aun con leyes vigentes que tensionan el ajuste fiscal, es una muestra clara de ese realismo forzado. Javier Milei puede mascullar bronca, pero aceptó que devolver el proyecto a Diputados era un riesgo innecesario. El superávit prometido al FMI exige ahora retoques quirúrgicos y costos políticos evidentes, sobre todo cuando los recortes rozan áreas socialmente sensibles.
En ese giro más pragmático —no siempre asumido con entusiasmo— reaparece con fuerza la figura de Karina Milei. Su influencia, lejos de retraerse, se consolidó. Con el control del armado electoral ya asegurado tras las legislativas, la secretaria general de la Presidencia amplió su radio de acción y su estructura. La construcción de poder dejó de ser defensiva y pasó a una fase expansiva, con nombres, operadores y alianzas que responden a una lógica clara: consolidar territorio propio antes de avanzar sobre áreas hoy resignadas por falta de cuadros.
El “karinismo” ya no es una etiqueta menor. Tiene dirigentes visibles, operadores discretos y una red creciente de vínculos con factores de poder y comunicación que ella, por estilo o convicción, evita cultivar en primera persona. Su hermetismo público contrasta con una gravitación privada cada vez más marcada. Y ese esquema convive —no sin tensiones— con el rol persistente de Santiago Caputo, que conserva enclaves clave del Estado donde se administra información sensible y recursos estratégicos.
Organismos como la agencia de recaudación, el sistema de inteligencia o empresas de peso como YPF permanecen bajo la órbita del asesor presidencial. No es un dato menor. Son espacios donde se concentran secretos, flujos de dinero y capacidad de daño. La convivencia de esos dos polos de poder, la hermanísima y el estratega, sigue siendo uno de los equilibrios más frágiles del oficialismo. No estalla, pero tampoco se disuelve.
En ese contexto aparecen zonas grises que incomodan al relato moralista con el que Milei llegó al poder. La opacidad en el manejo de fondos, la resistencia a responder pedidos de información pública y la persistencia de viejas prácticas en áreas sensibles contradicen la épica refundacional. Investigaciones legislativas que no avanzan, nombres que reaparecen y vínculos que sobreviven a los cambios de gobierno alimentan la sospecha de que no todos los cajones conviene abrirlos del todo.
El fútbol, con su trama opaca de dinero, poder y política, vuelve a ser un escenario incómodo. La disputa pública con la conducción de la AFA convive con temores más soterrados: nadie sabe hasta dónde pueden llegar las esquirlas si ciertas investigaciones prosperan. En la memoria reciente del poder argentino sobran ejemplos de causas que, una vez iniciadas, desatan dinámicas imposibles de controlar. Y no todos en la cima libertaria parecen igual de interesados en avanzar sin red.
Todo esto ocurre mientras el calendario marca un 2026 cargado de alertas. Será año mundialista, con su impacto inevitable en el clima social. También será, si las tendencias actuales persisten, un año de tensiones laborales crecientes, pérdida de poder adquisitivo y dificultades en la industria, afectada por la apertura comercial y el atraso cambiario que ahora se intenta corregir. Las cifras macro pueden mejorar, pero la percepción cotidiana suele seguir otros relojes.
A eso se suma un frente financiero que no da respiro. Los vencimientos de deuda exigen creatividad, discreción y tasas que nadie termina de transparentar. Las fuentes de financiamiento existen, pero a costos que se prefieren mantener en reserva. La dependencia de los mercados, aun cuando se la niegue en el discurso, sigue siendo un dato estructural.
El Gobierno cierra un buen año político. La aprobación del Presupuesto, la derrota opositora y la sensación de control permiten soñar con 2027. Pero el verdadero examen está más cerca. Los próximos 365 días —y, sobre todo, su primer semestre— dirán si la ilusión reeleccionista es algo más que una narrativa bien ensayada o si, como tantas veces en la historia argentina, el futuro vuelve a chocar contra un presente demasiado pesado para ser ignorado.








Con el Presupuesto sancionado, el Gobierno enfrenta la prueba de fuego de enero: pagar la deuda y sostener la confianza

Melconian pone en duda el “cero” inflacionario y advierte sobre el desgaste del discurso económico












:format(webp):quality(40)/https://radiorafaelacdn.eleco.com.ar/media/2025/12/aeropuerto_internacional_de_rosario.png)






