“Sí, el caso de Néstor Kirchner en la Argentina, y Alberto Fernández. Sí, el caso de Lula y Dilma Rouseff en Brasil. Sí, el caso de López Obrador en México. Son personas que buscan instalar la Unión Soviética latinoamericana, cuando la Unión Soviética fue una máquina de empobrecer gente. El socialismo siempre ha fracasado. Fue un fracaso en lo económico, en lo social, en lo cultural, y además es un sistema que asesinó a 150 millones de seres humanos. Pero, ¿sabés lo que sucede? Que es el sistema que le permite a los envidiosos y resentidos llevar una vida más cómoda. Porque, ¿qué es en el fondo un socialista? Una basura, un excremento humano que, básicamente, por no querer soportar el brillo de otro ser humano, está dispuesto a que los demás estén en la miseria”.
El párrafo que antecede tiene dos aspectos problemáticos. Pero lo más relevante quizás no sea eso sino que, en el contexto en el que fue pronunciado, revela un cambio muy trascendente, una especie de revolución conceptual, que está ocurriendo en estos días en la Argentina.
El primer problema del párrafo en cuestión remite a un asunto de proporciones. Para cualquier persona democrática, la Unión Soviética fue, efectivamente, un sistema espantoso. Durante décadas, cientos de miles de disidentes fueron encarcelados, cuando no asesinados. Existía allí un régimen estricto de censura previa. No había alternancia en el poder. Las experiencias de reforma agraria causaron, efectivamente, millones de muertos de hambre y otros murieron por la persecución política. Compararlo con la tibia y liberal democracia argentina parece un desvarío, un despropósito. De hecho, el autor de esa frase acaba de salir primero en una elección libre, donde el gobierno le reconoció su triunfo. Nadie lo censura, nadie lo encarcela, nadie lo persigue.
El segundo problema es que resulta difícil no percibir en ese párrafo un germen de autoritarismo y agresividad. Su autor piensa distinto a los socialistas. Está, obviamente, en su absoluto derecho. Sin embargo, no sostiene que están equivocados, no argumenta. Los insulta y degrada de la peor manera: son basura, excremento humano. En el estalinismo soviético, justamente, cualquier opinión divergente era descalificada en términos morales. El que no piensa como yo no es una persona. Es un excremento, una basura o un traidor, un quebrado, un agente de la CIA o un miembro de la casta.
¿Y quiénes serían, en este caso, los socialistas? Para el autor del párrafo pueden ser personas tan diferentes como Fernández, López Obrador, Da Silva, o también María Eugenia Vidal, a quien ha llamado “recontrazurda”, o Rodriguez Larreta a quien llamó “zurdo de mierda” o “recontracomunista”. ¿Qué quedará para Myriam Bregman o Juan Grabois?
Pero lo más relevante no es la desproporción, el desvarío, la agresividad o el insulto sino otra cosa. Pocos meses atrás, esas desmesuras hubieran recibido respuestas muy contundentes y masivas, o hubieran sido ignoradas como razonamientos de un marginal. Había ciertos límites: decirle excremento humano a un disidente era algo que estaba definitivamente mal. En este caso, sucede lo contrario. Milei está por llegar a la presidencia de la Nación.
No es solo que un político surgido desde fuera de la estructura tradicional haya logrado resultados extraordinarios. Es que algunas expresiones -zurdo de mierda, recontracomunista, escoria humana, basura, periodistas roñosos- se van incorporando al léxico político con naturalidad para describir a personas que piensan distinto. En ese sentido, el nivel de aceptación que recibe alguien que dice estas cosas refleja un sacudón muy grande en la escala de valores de un cuerpo social. Si esos límites, se corren, ¿cuántos más se habrán de correr?
El enfoque según el cual alguien que piensa distinto puede ser calificado como excremento humano, tiene efectos muy concretos cuando baja a tierra. Desde el 13 de agosto, dos figuras muy importantes del mundo del espectáculo fueron reprendidas por Milei y los suyos. El jefe libertario descalificó la preocupación de Pampita Ardohain respecto de la libre circulación de armas de fuego con el argumento de que ella es la esposa de un dirigente de Juntos por el Cambio. Luego, su candidata a vicepresidente, Victoria Villarruel, atacó a Lali Espósito. “Vos te llenás la billetera con el Estado”, acusó, luego de que la artista manifestara su preocupación por el triunfo de Milei.
Ambas reprimendas fueron complementadas con un coordinado ataque contra ellas en las redes. Mientras tanto, Milei arremetía contra un diario porque publicaba cosas que no le gustaban y calificaba a los periodistas, una y otra vez, como “roñosos”, “mercenarios” y “pauteros”. Una conductora de televisión enemistada por Milei fue, además, calificada como “puta” en cantitos coreados por los seguidores del libertario, en medio de los festejos del domingo de las primarias.
Mientras todo esto ocurre, Milei empezó a cosechar apoyos de sectores tradicionales de la clase política. Maximiliano Pullaro, el candidato a gobernador de Santa Fe por Juntos por el Cambio, anunció que, en un balotaje entre Sergio Massa y Javier Milei, votaría “absolutamente” por el segundo porque nada puede ser peor que el kirchnerismo. Por su parte, el gobernador actual de la misma provincia, Omar Perotti, explicó que si la segunda vuelta es entre Milei y Patricia Bullrich, también elegiría a Milei “porque a Bullrich ya la conocemos”.
Pullaro y Perotti, que hasta ahora no coincidían en nada, han encontrado un punto de encuentro. Para ambos, Milei es su segunda opción. Seguramente, lo dicen porque ambos quieren ganar las elecciones en su provincia y, de esa manera, seducen al numeroso electorado que, a nivel nacional, vota a Milei. Es el mismo reflejo que tienen los intendentes de todos los palos cuando reparten sus boletas junto con las de Milei. La aceptación social es una fuerza irresistible de atracción para muchos políticos: donde hay popularidad conviene estar cerca, más allá de quién sea, qué diga, qué haga, el que haya dado en el clavo.
Pero no son los únicos. Ya es conocida la buena relación de Mauricio Macri con Javier Milei. Esta semana, Luciano Laspina, destacado asesor de Patricia Bullrich, propuso impulsar una reforma constitucional “junto a los libertarios”. En esta seguidilla, el episodio más curioso fue el respaldo que recibió Milei por parte de Luis Barrionuevo: “Yo lo escucho a Milei y creo que se está moderando. Las leyes tienen que salir. Hay que acompañar. Porque vivimos en democracia. Así se acompañó a Macri”.
Barrionuevo es el jefe de su sindicato desde hace 44 años. Fue un protagonista de gran parte de las desventuras políticas argentinas. Fue autor de la frase “tenemos que dejar de robar por dos años”, operador clave del Pacto de Olivos, y sorprendió en los últimos tiempos por su apoyo militante a la frustrada candidatura del camporista Wado de Pedro. Suficientes elementos para que Milei lo rechazara por su pertenencia a la “casta de parásitos” que, según su relato, ha destruido a la Argentina. Pero no es lo que ocurrió. “Me parece que, a diferencia de Juntos por el Cambio, dio una muestra de sentir democrático”, dijo el libertario.
Todo esto augura un aluvión en el caso de que Milei gane las elecciones. Su principal operador político es Guillermo Francos, un hombre que se mueve muy cómodo dentro de la política tradicional, a tal punto que viene de ser representante de este Gobierno en el BID. Es el encargado de establecer vínculos con la casta mientras Milei grita contra la casta. ¿Todo esto será evidencia de las incoherencias del jefe libertario, de su sorprendente plasticidad y pragmatismo, una mezcla de ambas cosas? Demasiado pronto para saberlo.
Esa especie de revolución que avanza en la Argentina se traslada al pensamiento económico. Cada día hay más evidencias de una virtual unanimidad respecto a la necesidad de producir un fuerte ajuste fiscal. El miércoles de esta semana, hubo un encuentro de economistas en la Universidad Di Tella. Allí, el viceministro Gabriel Rubinstein anunció que el Gobierno se prepara para enviar un presupuesto que propondrá superávit fiscal: o sea, un recorte más importante que el necesario para llegar al equilibrio. Esa tierra fértil genera momentos inolvidables, como el que protagonizó el diputado radical Martín Tetaz cuando se agarró a patadas en televisión contra una máquina de emitir dinero.
En un ambiente de menor unanimidad sería necesario hacer algunas preguntas. ¿Qué van a recortar? ¿Será aceptado por una sociedad tan herida un nuevo ajuste de sus ingresos? ¿Alguien escuchará la advertencia de Alfonso Prat Gay respecto de que no se puede reducir más el salario real? ¿O Prat Gay también habrá dicho eso porque quiere instalar la Unión Soviética Argentina? ¿Cómo harán para que un ajuste no profundice una recesión que reduzca los ingresos y por tanto no sirva para alcanzar el superávit?
Sería criterioso, dada la historia de algunos grandes fracasos argentinos.
Pero, en medio de una revolución, no hay demasiado tiempo para hacerse preguntas.
Así que parece que las cosas, se van a hacer.
Después se verá.
Fuente: Infobae