


Percepción en tensión: los argentinos se sienten peor que sus padres, pero confían en un futuro mejor para sus hijos
ECONOMÍA Agencia de Noticias del Interior
- El 42% de los argentinos siente que está peor que sus padres.
- El 82% cree que sus hijos o nietos tendrán más oportunidades.
- Los jóvenes enfrentan informalidad del 63%, muy por encima del promedio.
- Indicadores de largo plazo muestran mejoras respecto de los años 90, pero la última década registra fuerte deterioro.
- El acceso a la vivienda es un factor central en la percepción de declive.
- Más del 40% prevé un país peor en 2026, pero solo el 24% espera estar peor a nivel personal.
Una contradicción recorre hoy el clima social argentino: mientras la mayoría siente que su situación económica es más desfavorable que la de sus padres, prevalece la expectativa de que las próximas generaciones vivirán mejor. La combinación de deterioro reciente y esperanza proyectada aparece con nitidez en los informes más recientes del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA-UCA) y en estudios de distintas consultoras que analizan cómo cambió la percepción del bienestar a lo largo del tiempo.
Según el ODSA, el 42% de los argentinos dice encontrarse peor que sus padres. Este sentimiento se enraíza con mayor fuerza en los sectores de menores ingresos, donde el impacto de la inflación persistente, la inestabilidad laboral y la caída de la actividad económica se vive con mayor crudeza. La última década, marcada por crisis recurrentes, parece haber redefinido los parámetros de comparación entre generaciones. Pese a ello, el 82% cree que sus hijos o nietos tendrán más oportunidades en el futuro, una expectativa que paradójicamente es más marcada entre los más vulnerables.
Otro sondeo, realizado por la Fundación Pensar, confirma esta percepción: el 41% de los consultados afirma que está peor que la generación anterior, frente al 27% que considera estar igual y otro 27% que dice haber mejorado. La sensación de retroceso atraviesa prácticamente a todas las franjas etarias. Entre los jóvenes y adultos de 30 a 49 años, solo uno de cada cuatro se percibe mejor que sus padres, la misma proporción que en el grupo de 16 a 29 años. Y entre los mayores de 50 años, el porcentaje apenas asciende al 30%.
Los datos duros, sin embargo, cuentan otra historia. De acuerdo con la economista de FIEL Nuria Susmel, el PBI per cápita promedio de los últimos diez años se ubica un 25% por encima del registrado en la década del 90, y el salario real formal también lo supera. Además, la tasa de informalidad es más baja, la desocupación se redujo y la proporción de trabajadores asalariados formales dentro del total del empleo aumentó. En ese sentido, los indicadores muestran que, en promedio, esta generación no estaría peor posicionada que la anterior.
Pero este promedio oculta un deterioro significativo en el corto plazo. La caída del PBI per cápita entre 2020 y 2025 —casi un 10% respecto del período 2010-2019— y el retroceso del salario real formal —del orden del 20%— explican gran parte del pesimismo actual. También contribuye la dificultad creciente para acceder al crédito hipotecario, un elemento clave a la hora de evaluar el progreso familiar. “El deterioro de los últimos años y la idea de que será difícil revertir la tendencia son centrales en la percepción de que se está peor que los padres”, apunta Susmel.
El mercado laboral aporta un capítulo propio. La precarización golpea con particular intensidad a los jóvenes: la informalidad en el tramo de 16 a 24 años alcanzó el 63% en el primer trimestre de 2025, 21 puntos por encima del promedio general. Seis de cada diez jóvenes trabajan “en negro”, lo que no solo limita sus ingresos actuales sino que condiciona sus posibilidades de financiamiento, acceso a vivienda y protección social.
Desde otra óptica, Jorge Colina, presidente de Idesa, sostiene que la percepción de declive también se alimenta de una memoria colectiva atravesada por décadas de crisis. “Hace quince años que la economía está estancada y hemos pasado por tres hiperinflaciones. Es lógico que los adultos piensen que los jóvenes viven peor que cuando ellos eran niños”, plantea. Sin embargo, advierte que las nuevas generaciones no comparan su presente con el pasado familiar, sino con sus propias expectativas. Y señala un punto que se repite en muchos hogares: la comparación se vuelve más dramática cuando, alrededor de los 40 años, quienes buscan estabilidad descubren que sus padres pudieron acceder a una vivienda, una meta hoy mucho más difícil.
Las expectativas a futuro, en cambio, ofrecen un matiz más optimista. El informe de la UCA revela que poco más del 40% de los argentinos imagina un escenario económico peor para el país en 2026, pero solo el 24% espera un deterioro para sí mismo o su familia. En los sectores de menores ingresos, las proyecciones son más negativas para el país y, al mismo tiempo, más realistas respecto de sus propias posibilidades: allí la distancia entre ambas percepciones se estrecha y hay menos margen para “escapar” a un contexto adverso.
El contraste entre el deterioro reciente y la expectativa de mejora futura parece sintetizar el pulso actual de la sociedad argentina: una generación que mira hacia atrás con desánimo, pero hacia adelante con esperanza, aun en medio de un presente marcado por la incertidumbre.






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