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La otra pandemia: Los accidentes viales en Argentina

OPINIÓN 18/02/2023 Marcelo LEVIN
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Los accidentes en rutas, avenidas y calles de nuestro país no son producto de la fatalidad. En ellos intervienen muchos factores que potencian las posibilidades de que este tipo de tristes acontecimientos sean cada vez más frecuentes y lleven la desazón y el desconsuelo a hogares que tenían un transcurrir normal dentro de su vida cotidiana.

Se puede tratar de encontrarles la causa específica, la causa material, el hecho puntual, pero lo cierto es que todos estamos en riesgo de ser potenciales víctimas o victimarios de este tipo de siniestros, ya sea como protagonistas o como indirectos damnificados, ya que la suma de cada uno de los factores que llevan a su producción no distingue clases sociales, edades, condiciones físicas ni ningún aspecto característico de sector en particular de la población.

Es la misma sociedad en la que vivimos la que propicia, de manera más que directa este tipo de lamentables acontecimientos, que tienen efectos irremediables y devastadores, con vidas truncadas o, en el mejor de los casos, con secuelas físicas y psicológicas que tardan años en desaparecer.

Vivimos en una sociedad que se mofa de las reglas, que ha hecho de la anomia todo un estilo de vida, que nos caracteriza en el mundo entero.

No es casual que esa manera tan argentina de enfrentar los más diversos aspectos de la vida, tratando de burlar leyes y normas, se vea reflejada en estadísticas que son el espejo macabro y aterrador de una realidad que, aún sacudiéndonos de tanto en tanto, no estamos dispuestos a cambiar.

Nos conducimos por la vida de la manera más imprudentemente posible, y después lamentamos y lloramos a nuestros muertos, como si la muerte no fuera la consecuencia más lógica que pueda producir el incumplimiento sistemático de cada una de las normas a la que deberíamos atenernos para evitar situaciones que, con sólo razonarlas un poco, son un corolario de factores como ineficacia, imprudencia, impericia, temeridad, desobediencia, descontrol, más la siempre infaltable “viveza criolla” de la que tanto alarde solemos hacer y que, en muchas ocasiones, es la causante principal y directa de los más espectaculares y fatales hechos, tanto en lo que al tránsito se refiere de manera específica, como a muchos de los diversos aspectos de la vida que a diario tenemos que enfrentar.

Si nos conducimos por una ruta, sólo por dar un ejemplo, que está diseñada , por sus características, para ser transitada a una velocidad máxima de 30 Km por hora, pero lo hacemos a más del doble de esa velocidad, lo más lógico y razonable sea que, ante cualquier tipo de imprevisto, perdamos el control del vehículo y se produzca un hecho de lamentables consecuencias.

Asimismo, la falta de respeto y desconocimiento manifiesto hacía todas las señales colocadas por los organismos oficiales, también son fuente de producción de este tipo de siniestros. El sobrepasar a otro vehículo, cuando encontramos una doble linea amarilla, que de por sí nos está indicando que esa es una maniobra prohibida, y aún teniendo una buena visual del camino, constituye un factor de altísimo riesgo que todos los días se viola en la mayoría de las carreteras del país, sin que la imposición de multas o la información que inunda páginas de periódicos y redes sociales, con imágenes de una crudeza tal que hacen temblar hasta el más duro y curtido de los hombres, pueda producir una toma de conciencia. Toma de conciencia que no es otra cosa que poder entender que algún día podemos ser nosotros mismos quienes estemos en esas terribles imágenes.

Por otro lado, si sumamos a lo ya descripto la muy endeble organización en la que nos movemos todos los días, con una ausencia casi total del Estado en el control de cientos de hechos de la vida cotidiana de los ciudadanos, como es la presencia de puestos camineros que revisen el estado de funcionamiento de los vehículos, en vez de ser meros entes recaudadores de dinero; con agencias de seguridad vial que se tomen en serio la tarea impartir una educación adecuada, eficiente y completa, y no comportarse como lo que son en este momento, decentralizaciones de las administraciones nacionales, provinciales y municipales para ocupar un puesto público y nada más que eso; con municipios que fiscalicen de manera adecuada y estricta la entrega de licencias de conducir, con todos los requisitos que las leyes de tránsito estipulan, con personal capacitado para impartir cursos de manejo y examinar a fondo, de la manera más estricta posible, a cada uno de los solicitantes, y no convirtiéndose en lo que son en la actualidad: simples cajas para obtener fondos que puedan paliar los déficit fiscales que se producen por la mala administración de los prepuestos asignados.

Pero, también hay que tener en cuenta que, si hablamos específicamente de los accidentes de tránsito, aquellos que se producen dentro del ejido urbano de cualquier pueblo, comuna, municipio, o ciudad del país, no siempre son producto de la imprudencia o impericia de los conductores, ya que, tanto estos últimos cuando descienden de sus vehículos como los peatones, cometen una serie de contravenciones a las normas de tránsito que con frecuencia dan como resultado siniestros, en dónde las principales víctimas son ellos mismos. De nada sirve que se gasten enormes cantidades de dinero en la señalización semafórica de intersecciones, que se coloquen “lomos de burro” en calles y avenidas, que se pinten sendas peatonales, si los peatones cruzan arterias por cualquier parte, sin la más mínima prudencia.

Quienes hayan tenido la posibilidad de viajar al exterior, pero no muy lejos de nuestro país, sino a la República Oriental del Uruguay, por dar sólo un ejemplo que queda acá nomas, han sido testigos, en alguna ocasión, de como se conducen automovilistas y peatones por calles, avenidas y rutas. Es notoria la educación vial que tienen, ya que muy a menudo se puede observar a un transeúnte argentino, cruzando por la mitad de la calle y siendo aleccionado, de la manera más respetuosa posible, por el conductor del vehículo que tuvo que detener su marcha para cederle el paso, aún cuando lo hacía por un lugar absolutamente prohibido y peligroso. Esa misma imagen, pero trasladada a cualquier punto de la Argentina, hubiera dado como resultado un accidente o, en el mejor de los casos, un altercado entre peatón y automovilista.

Un punto especial en este análisis merecen los endebles y muy vulnerables controles de parte de los organismos estatales creados para ello, en lo que se refiere al transporte público y privado de pasajeros. Aún existiendo, su previsibilidad es tal, que aquellos que no tienen sus vehículos en regla, encuentran formas de vulnerarlos, como sucedió con el vuelco del colectivo que encabeza estas líneas, que por falta de habilitación para llevar pasajeros, ya que la misma se encontraba vencida, usó una ruta alternativa y muy peligrosa para hacer el trayecto que va desde Las Leñas hasta San Rafael de Mendoza, en la seguridad de que por allí no iba a ser interceptado por ningún puesto caminero, haciendo gala de una “viveza criolla” muy mal entendida, pero no teniendo en cuenta la peligrosidad ya mencionada de la ruta, que, en definitiva, se cobró un precio mucho más alto que una simple multa, porque el pago fue con vidas humanas que de ninguna manera pueden ser justipreciadas en metálico, más allá de las responsabilidades que la justicia encontrará y del resarcimiento económico que la aseguradora deberá afrontar para con los familiares de las víctimas.

La anomia ocasiona males mucho más terribles e imposibles de reparar que la simple transgresión a una ley o norma, porque la vida humana no tiene precio. Y la anomia causa muertes que no cotizan de manera alguna.

Por anomia los argentinos somos uno de los países que siempre encabezan la lista de más muertes en accidentes de tránsito en el mundo. Por anomia el Estado se desentiende o realiza su tarea de manera más que laxa, en cuanto al deber que tiene como principal promotor de la educación vial de los ciudadanos. Por anomia mueren en el país más personas por accidentes de tránsito al año que por cualquier tipo de enfermedad.

De ninguna manera, cualquier persona de bien, puede interpretar de buena forma la pérdida irreparable de una vida a causa de un accidente de tránsito, pero sí debe ejercer como una especie de lección, tanto para los particulares como para todas las autoridades involucradas, para tratar de que este tipo de noticias sean cada vez más esporádicas y, de esa manera, reflejen una toma de conciencia y un aprendizaje. Aprendizaje cruel y doloroso, pero, lamentablemente, como dicen los viejos maestros :“la letra con sangre entra”.

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