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Delincuentes disfrazados de "progresistas"

OPINIÓN 14/02/2023 Heretz NIVEL
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El mejor truco del diablo, fue convencer al mundo de que no existía”, reza la frase que se hizo célebre en la película que en Argentina se conoció con el nombre de “Los sospechosos de siempre”.

De alguna manera, el kirchnerismo pareció haber aggiornado ese lema respecto a su propio progresismo: “El mejor truco de los Kirchner fue convencer a la sociedad de que eran progresistas”, podría decirse en similar sentido.

Sin embargo, los más increíble no es que Néstor y Cristina hayan logrado disfrazarse de aquello que no eran, sino que lograron que toda una legión de personas se tragaran ese cuento, especialmente periodistas que trabajaban, y que aún trabajan, en importantes medios de prensa.

Innumerables biografías han demostrado que, mientras sus compañeros de militancia desaparecían a manos de los genocidas de la última dictadura militar que sufrió la Argentina, el matrimonio Kirchner acrecentaba su fortuna a través de la más pura especulación financiera, aprovechando las ventajas de la tristemente célebre “Circular 1050”, refrendada por el denostado José Alfredo Martínez de Hoz.

También es sabido, por público y notorio, que jamás quisieron recibir a la titular de la agrupación Madres de Plaza de Mayo, Ebe de Bonafini, en ninguna de las visitas que ésta realizó a Santa Cruz, en días en que Néstor era Gobernador de esa Provincia patagónica.

No alcanza autodenominarse “progresista” para serlo; hay que dar muestras concretas de ello. Por caso, no se puede denostar la década de los 90, luego de haber dicho que el de Carlos Saúl Menem había sido “el mejor gobierno de la historia” del país. Y eso es, justamente, lo que hizo Néstor Kirchner en el año 1995.

¿Por qué se cita este ejemplo puntual? Porque la hipocresía del kirchnerismo bien puede sintetizarse en la zigzagueante relación que tuvo con el menemismo, con el que llegó a pactar insólitos acuerdos en el Senado de la Nación a efectos de que el ex Presidente riojano bloqueara diversas iniciativas de la oposición o apoyará la aprobación de los proyectos de ley enviados por el entonces oficialismo argentino.

Por si esto no fuera suficientemente vergonzoso, de acuerdo a lo oportunamente publicado por el periodista Juan Gasparini en su libro “El pacto Menem – Kirchner”, éste da cuenta de la existencia de un convenio no escrito entre ambos ex mandatarios a efectos de mantener en el más absoluto de los secretos las cuentas que, al menos uno de ellos posee aún en Suiza.

No obstante lo señalado, el kirchnerismo insistió en diferenciarse del menemismo, criticando sin piedad al modelo neoliberal de los años 90 y asegurando, en cuanta oportunidad tuvo, que esa década fue funesta para el país. Si ello fue así ¿cómo se explica el decidido apoyo de Néstor y Cristina a las privatizaciones de YPF, la petrolera estatal, y de Aerolíneas Argentinas, hechos ocurridos durante la presidencia del “patilludo riojano”, o los permanentes contactos telefónicos entre  Aníbal Fernández y el propio Menem? Por lo visto, la hipocresía es más fuerte que la caradurez.

Antes de denominarse progresistas, los Kirchner tendrían que haber dado cuenta de dónde se encuentran los millonarios fondos del Tesoro de Santa Cruz, una de las estafas más grandes de la historia argentina, y porqué tuvieron fluidos contactos con funcionarios troncales del menemismo, como Roberto Dromi, ideólogo de las sospechosas privatizaciones que se hicieron en los años 90, referidas en el párrafo anterior; Domingo Cavallo, autor del plan económico que hizo colapsar las finanzas públicas en 2001; y Juan Carlos Mazzon, el operador más oscuro de la historia del peronismo, que militó en la ortodoxia de ese partido, como miembro de la agrupación “Guardia de Hierro”, para luego pasar a ser el máximo operador político de un kirchnerismo que siempre gustó en llamarse a sí mismo como un “reivindicador” de la lucha de la juventud de los años 70.

¿Esa era la izquierda de la que siempre hablaron los Kirchner? ¿O tal vez tenía que ver con las operaciones de prensa realizadas contra todo aquel que pudiera hacerle una eventual sombra?

En tal sentido, muchos olvidaron los días en los que el entonces juez Federico Faggionato Márquez juraba que la sociedad se caería de espaldas por el contenido del expediente que tenía en su despacho y que mostraba los supuestos vínculos entre Francisco de Narváez y el narcotráfico. ¿Hace falta recordar que la reputación de ese magistrado terminó con el Jury de Enjuiciamiento que se le inicio y su posterior destitución como Juez Federal de la Nación?

No es el único caso: años antes, en 2005, el kirchnerismo hizo una operación similar contra Enrique Olivera, a quien los Servicios de Inteligencia le endilgaron una millonaria cuenta bancaria en una entidad financiera del exterior, la cual resultó finalmente falsa.

¿Esto fue el progresismo kirchnerista: el uso del espionaje vernáculo para ensuciar gratuitamente a propios y ajenos? ¿ O fue, quizá, una suerte de “estanilismo soviético o castrista” “Made in Argentina?

Es vergonzoso y altamente preocupante que existan profesionales de los medios de comunicación, científicos e intelectuales y una gran parte de la sociedad argentina, y que  hoy apoye, billetera mediante en no pocos casos, a semejante gobierno, el que fundó Nestor y Cristina, y el que hoy nos gobierna, el de Alberto Fernández, quizá, el peor presidente de la historia de muestra patria,

Esto jamás puede llamarse “progresismo”. Esto tiene otro nombre, se llama, simple y llanamente, “delincuencia”.

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